Muere una ciudad

YO CONOCÍ una Detroit aún atosigante: alegre y gozosa, pero trabajadora por encima de todo. Los horarios, las comidas, los sentimientos estaban sometidos al trabajo. Y más aún porque ya volvía la cabeza hacia el foco de cultura y de industria que ya había sido. Yo percibí el temor a la decadencia, que ya caminaba por sus aceras y que hacía exhibir, con más orgullo aún, lo que todavía le quedaba… Unos pocos años de decadencia, y la ciudad del motor ha frenado su marcha. Es la primera gran urbe que echa las cortinas de acero ante los escaparates y reconoce estar en quiebra. Qué contradicción. Con mis recuerdos de generosidad, de inolvidables detalles, del orgullo aunque fuese herido y la cabeza suelta. Todavía se negaba lo que comenzaba a ser evidente y ya casi se olía. Nunca, ni aquí, he vuelto a recibir una impresión tan clara de algo que apresura su propia velocidad para la cuesta abajo. La declaración de bancarrota no ha cogido por sorpresa a sus habitantes. Lo ha dicho un directivo de Southern Solutions, que no ha servido para nada… Nadie quiere vivir ya en las calles, que fueron tan animadas, de Detroit.